La noche larga de los paleros
La noche larga de los paleros
published in: alba. lateinamerika lesen. Berlin, Mai 2014
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Entre el 2000 y el 2005 estuve en repetidas ocasiones, algunas semanas o meses, en Santiago de Cuba investigando para mi novela “El señor de los cuernos”, sobretodo acerca de los rituales de las religiones afrocubanas Santería y Palo Monte. Cuando en el otoño del 2005 emprendí una gira de lecturas de la novela, se me advirtió, con frecuencia y sarcasmo, que la Dirección de Inteligencia cubana sin duda la leería y me arrestaría en mi próxima entrada a Cuba. Lo que más me preocupó, sin embargo, fue el anuncio de un palero que se me apareció una noche vestido todo de negro y, en un alemán fluido y libre de acento, me dejó saber: lo que yo había dicho en el evento de hoy sobre los rituales de Palo Monte era completamente cierto, ahora quería leer la novela entera y… se presentaría de nuevo ante mí en el caso de encontrar algun error.
Semejante anuncio era para tomarse en serio. Palo Monte es, simplificando un poco, una religión oculta, insondable que, en su lado oscuro, puede llegar hasta el sacrificio humano. Sí, aún hoy en día. Y aunque durante mi estancia en Santiago de Cuba por supuesto que sólo tuve que ver con el lado blanco y obtuve el permiso explícito de “mi” hermandad para escribir sobre sus rituales -siempre y cuando no traicionara los secretos cruciales-, quién sabe qué pensarían otras hermandades de ello cuando conocieran mi novela. En las montañas que flanquean Santiago de Cuba siguen desapareciendo personas sin dejar rastros.
En las montañas la Dirección de Inteligencia cubana también tiene acceso, como pude descubrirlo durante mi arresto (y ello no ocurrió a la entrada sino días despúes durante una caminata con amigos en la Sierra Maestre). Bueno, ya me lo habían advertido. Mucho más duro que los interrogatorios posteriores fue la observación hecha en plena calle, a mi regreso a Santiago de Cuba, por un Palero que yo apenás conocía: en un tono displicente me hizo saber que a él le gustaría “decidir” sobre mi novela junto con algunos representantes de las hermandades amigas. Tan pronto como saliera de mi último interrogatorio.
Días más tarde estaban sentados cinco Paleros en mi pequeño apartamento y “decidían”. A excepción de las maldiciones y obscenidades que estaban en español, no podían leer la novela. Pero por lo visto, no era el texto lo que les interesaba. Sólo les importaba la portada del libro. Mi editor la había impreso con la firma de uno de los dioses más poderosos del Palo Monte, el dios Sarabanda. Un impresionante ensamblaje gráfico conformado por flechas, círculos, cruces. Para los posibles compradores del libro, según la consideración de la editorial, algo así como arte moderno. Para un palero, y eso lo había olvidado todo el tiempo y me dí apenas cuenta en esa larga noche, el diseño de la cubierta era todo lo contrario de arte moderno. Era nada menos que la firma de un Dios, con la que aún hoy se sigue “trabajando” en los respectivos rituales que se practican desde hace siglos, tal vez milenios. Por ejemplo: un hechizo muy concreto sobre alguien o sobre lo que se ejerce, ya sea en su perjuicio o en su beneficio. Se dibuja en el suelo, con tiza o con carbón, la firma del dios, se amontona pólvora en todos los puntos de intersección de las flechas y si a continuación con la ceniza de un cigarrillo encendido… bueno, quizás no debería entrar en detalles aquí.
Se debe saber por supuesto, que todas las firmas de dioses, con cuya ayuda se hace brujería, se dibujan incompletas en las libretas de una hermandad para evitar así que “el lado contrario” pueda “trabajar” con ellas, en el caso de que el libro llegase a caer en sus manos. Una firma reproducida por completo en cualquier lado, por ejemplo en la portada de un libro, no sería sólo una imprudencia temeraria sino un delito grave, ya que podría ser utilizada por cualquier palero con cualquier propósito, incluso en detrimento de sus propios hermanos.
Entonces vi la portada de mi libro desde una perspectiva totalmente diferente que en Alemania. Sólo podía esperar que faltara un detalle importante. ¿No se habría aparecido de nuevo el palero, aquel que durante la gira de lectura se presentó ante mí, si hubiese encontrado una falla en la cubierta? ¿Por decirlo así, la falta de una falla?
No fue sino hasta bien pasada la medianoche que mis invitados empezaron a cantar, y fue en ese mismo momento, cuando el libro ya no circulaba acompañado de enérgicos debates y había sido depositado con cuidado en el centro, que la situación se relajó. No hubo una explicación, ni siquiera un asentimiento con la cabeza que me indicara que la portada, y con ello también la novela, eran toleradas, quizás incluso aceptadas, aprobadas. Hasta el amanecer bebieron y fumaron y cantaron conmigo, yo era ya casi uno de ellos. Finalmente me leyeron el futuro con sus caracoles. Para entonces ya habían tomado tanto, que no sólo se tragaron un detalle importante de su profecía sino también cada segunda sílaba. Yo no entendí una palabra y asentí con la cabeza a todo lo que me dijeron.